Si recorremos el plan de Valparaíso, no es raro encontrarnos con una gran
cantidad de funerarias, todas ellas muy atractivas, así que sin pensarlo
entré a preguntar cuánto costaba el ataúd de mis sueños.
Al ingresar me dirigí a la vendedora, indicándole que estaba cotizando mi
muerte. Y con una habilidad mecanizada y algo aterrada me explica que
existe un precio base de 15 UF (entre 430 y 450 mil). Se trata de un
servicio básico reglamentado por ley, porque “tenemos derecho a morir”,
utilizando dinero que se descuenta de nuestro fondo de pensiones.
A partir de este servicio básico, ofrecen otros cuyos precios sobrepasan
los 5 millones de pesos, ¿Por qué esta diferencia en precios? Porque
brindan una gran cantidad de adornos muy atractivos para tu funeral:
ataúdes de maderas nobles, adornos de flores perfumadas y hasta una
orquesta de seis personas para tu despedida. Imagina tu eterno descanso en un ataúd de roble, tu piel acariciada por suaves sedas, flores delicadas
perfumando tu putrefacto cuerpo. [yo me siento tentada a pagar el precio].
Salí de la funeraria algo triste, porque para tener 15 uf en el fondo de
pensiones, debía tener por lo menos 2 años de cotizaciones, y en mi caso,
no me alcanza, ¡ni siquiera puedo pagar el servicio básico! Así le digo
¡Adiós al ataúd tallado con incrustaciones de piedra y acolchado satinado!
Debemos considerar que esto no es lo único a pagar: el nicho, los servicios
religiosos, mantención en el cementerio, etc. Y mientras me dirigía al
Parque Italia, analizaba todas estas cifras, y el número de asesinados por
el Estado resonaban al mismo tiempo en mi cabeza ¿Cuántas familias en duelo y endeudadas? ¿irónico no? te matan y debes pagar.
Siempre he sabido que morir tiene un costo, pero estas sumas de dinero son irrisorias, sobre todo en un Chile herido y masacrado, donde las AFP
entregan pensiones miserables, de montos que ni siquiera alcanzan a ser un quinto del precio de un ataúd. Un costo sumamente violento en un chile
silenciado por 22 asesinatos (podrían ser más), sin contar los cientos de
desaparecidos y una tasa de mortalidad que crece día a día en los
hospitales, donde por la falta de insumos los pacientes mueren.
El morir en chile tiene un precio totalmente indigno y desigual en un país
en donde la precariedad ha sido el cotidiano de nuestro vivir.
*Esta nota fue escrita dentro del taller Crónicas Cordilleranas durante noviembre y diciembre del año 2019 por Veneno Negro.